Control remoto

Marisela se acaba de largar.

Abajo todavía resuena el portazo. En la calle, los tacones —sin tapas— se escuchan cada vez más lejos. No puedo evitar sonreír cuando imagino los pasos firmes y apretados que da cuando se enoja, y que seguramente ahora ofrecen una imagen más bien ridícula gracias a la maleta que arrastra por la irregular banqueta. Casi les puedo apostar que se va a caer. De ser así, no podré saberlo: algo me dice que ahora sí ­—por fin— ya no va a regresar.

Echado en la cama, intento una y otra vez cambiar de canal. Nada. Pruebo con el volumen, el silenciador, el botón de ON/OFF. Ya tenía muchos días fallando y ahora dejó de funcionar. Está muerto. Seguro terminó de descomponerse cuando Marisela me dio con él en el pecho. En realidad me lo aventó a la cara, pero nunca tuvo buena puntería. El aparato me golpeó y no pude reaccionar: se fue hasta el piso. El golpe final. El resto de la historia ya lo saben: empacó la poca ropa que tenía, azotó la puerta y se alejó arrastrando la maleta con pasos apretados y escandalosos.

¿Puede un control remoto descompuesto mandar al carajo una relación? No lo sé. Quizá deberían preguntárselo a ella.

Gané ese control remoto… bueno, en realidad gané el televisor completo y el control venía incluido, como es lógico. Decía que me gané la tele con su control en una posada, cuando trabajaba como oficinista. Fueron años buenos. Creímos que el aparato era un buen augurio y que a partir de ese día la abundancia se instalaría en casa y nos bendeciría todas las mañanas.

Nos equivocamos.

La relación se fue deteriorando, como es lógico. Los trabajos nos fueron desgastando y la rutina puso su campamento en la sala para recordarnos que no importaba lo que hiciéramos: al final todo era igual. Por iniciativa de ella comenzamos un periplo durante el cual visitamos una decena de psicólogos para que nos ayudaran a “salvar la relación”. Hasta adoptamos un perro. Nada: nos hundíamos lenta pero inexorablemente, como dicen.

No pasó mucho tiempo entre la última visita con el psicólogo y la noche en la que me di cuenta de que Marisela estaba cogiendo con otro. Ocurrió mientras veíamos el televisor: como era su costumbre, se puso a hacer zapping durante el corte comercial y entonces la descubrí con sólo mirar cómo sujetaba el control remoto. Lo juro. Pueden comprobarlo ustedes mismos: observen cómo les agarra el miembro su mujer durante el sexo y luego fíjense cómo sujeta y manipula el control remoto. No hay diferencia. Y yo tenía cinco años viendo cómo Marisela sujetaba el aparato y cómo me tocaba cuando teníamos sexo. Bueno, últimamente la veía más cambiar de canal que lo otro, pero ese no es el punto.

A pesar de la contundencia de mi descubrimiento, nada dije. Me dediqué a observarla. No sólo sujetaba el control de otra manera: también los cuchillos, los cubiertos, el vaso en el que tomaba leche. Sobra decir que también noté el cambio en los pocos encuentros que tuvimos: tomaba la iniciativa, era más intensa y, por supuesto, había cambiado la forma en que me tocaba el miembro.

Para ser sinceros, no me incomodó su infidelidad. Yo ya me había acostado con dos compañeras de la oficina y estaba cortejando a una de las vecinas. Lo que me puso muy mal fue el asunto del control remoto. No podía acostarme a ver la televisión y verla sujetar el aparato: de inmediato me la imaginaba en un motel pajeando a su amante. No era agradable. Y se puso peor cuando en una de mis escapadas me di cuenta de que Laura, una chica con la que me acostaba regularmente, también agarraba el control de la televisión de una manera muy similar a como lo hacía Marisela. Y, obviamente, en la cama también ella me pajeaba de otra manera.

Recuerdo todo esto mientras intento cambiar de canal. Aprieto los botones del control remoto con fuerza, lo golpeo con la palma de la mano, lo agito. Ya ni siquiera se oyen los pasos de Marisela. Finalmente, aviento el control contra el piso: se rompe. Me levanto para apagar la televisión y me echo a dormir. Podría decirles que paso una mala noche: que extraño las piernas de Marisela enrolladas en las mías, que me hacen falta sus nalgas apoyadas contra mí o que necesito el calor de su cuerpo bajo las sábanas, pero mentiría. Duermo como no he dormido en mucho tiempo.


—No mames— me dice el Raúl.

—Me cae. Un día has la prueba— le respondo.

Estamos en la sala de su departamento. Estoy pedísimo. Una semana después de su partida, ahora sí puedo decir que extraño a Marisela. Todas las noches me faltan sus piernas, sus nalgas y el calor de su cuerpo bajo las sábanas. Todos los días le llamo al celular, pero me manda directamente al buzón. Aunque nunca dejo mensaje, espero como idiota durante toda la grabación nomás por oír su voz. Soy un pinche cursi. Creo que ya me borró del Facebook. Voy a cerrar la cuenta. Hasta mande a la chingada a Laura para tener todo en orden si Marisela regresaba.

Le explico al Raúl mi Teoría del Falocentrismo en el Uso del Control Remoto —ya hasta le puse pinche título—, pero no me cree. Le parece absurdo. Me dice que, para empezar, tendría que haber una misma medida para los controles remotos. Le digo que no: no importa si es del control de una televisión, una pantalla, un DVD o un equipo de sonido. La cosa está en observar cómo la mujer sujeta el control, si lo envuelve con la mano completa o si apenas lo sujeta con la punta de los dedos,  cómo lo dirige al aparato, si aprieta fuerte los botones o apenas los toca. Le digo que Marisela, por ejemplo, sujetaba el control con toda la mano y agitaba el control para todos lados cada que quería cambiar de canal o subir el volumen. Y lo mismo durante el sexo: sujetaba mi miembro con toda la mano y me pajeaba firmemente meneándome sin ton ni son. Laura, en cambio, sujetaba el control remoto con la punta de los dedos y casi no presionaba los botones. Y hacía prácticamente lo mismo cuando estábamos en la cama. Le explico todo balbuceando, despatarrado en el sillón, con la mirada fija en ningún lugar.

—A ver, cabrón, demuestra tu teoría— me dice el Raúl.

Se me pone en frente el hijo de la chingada. ¡No mames! Se acaba de sacar el pito. Le digo que no me esté chingando, que se deje de puterías. Me dice que mi teoría no lo convence, así que quiere que se la compruebe. Me avienta el control de la pantalla y luego se menea el miembro.

—Vamos a ver si es cierto lo que dices.

Hago un esfuerzo por verlo directo a los ojos, pero no puedo. Estoy pedísimo. No sabía que al Raúl le tronara la reversa, como se dice. Al contrario: el cabrón era famoso por haberse cogido a las mejores chicas de la escuela. Aunque nunca le conocí una pareja estable, sabía que difícilmente pasaba un fin de semana solo y siempre había una chica dispuesta a irse a la cama con él.

Pero ahí estaba: con el pito de fuera y los pantalones en los tobillos.

—¡Ándale, cabrón! ¡Convénceme!

Respiro profundo.

Bufo.

Eructo.

Agarro el control remoto. “Mira, así lo sujeto yo”, le digo arrastrando las palabras y sujetando el control firmemente. Apunto a la pantalla. Ésta se enciende. Presiono los botones con fuerza pero sin apuntar directamente al aparato.  Subo el volumen, cambio de canal. Apago la pantalla.

Le agarro el pito.

—Mira, así mismo había agarrado el control, ¿lo ves? — le digo.

Y entonces comienzo a pajearlo. Su miembro se pone cada vez más duro y yo lo sujeto cada vez con más fuerza. Le meneo la verga y noto cómo se empieza a agitar su respiración.

—¿Lo ves, pendejo? ¿Lo ves? ¡Tengo la razón! — le digo eufórico, sin dejar de jalársela. —¡A huevo! ¡Soy un puto genio!

Él no dice nada: está disfrutando la paja.

De pronto, un escalofrío me recorre la espina dorsal.

Me detengo en seco.

Caigo en cuenta: éste cabrón es el que se ha estado cogiendo a Marisela y a Laura. Me doy cuenta por la forma en la que le agarro el pito: así comenzaron a agarrármelo ellas, así comenzaron a sujetar el pinche control remoto.

Qué pequeño es el mundo.

Édgar Velasco

Imagen: Bad Boy (1981) de Erich Fischl.


edgar velascoÉdgar Velasco (Guadalajara, 1979) es periodista, escritor, bloguero ocasional y tuitero. Como periodista, fue reportero y columnista en el diario Público-Milenio, en Guadalajara. Actualmente es coeditor de la revista Magis y trabaja como periodista independiente. Ha colaborado para el periódico El Economista. Como escritor, es autor de Eutanasia (Editorial Paraíso Perdido, 2013). Relatos suyos han aparecido en las revistas Replicante, Luvina, Reverso y Metrópoli. Como bloguero ocasional administra el blog turcoviejo.wordpress.com y tuitea desde la cuenta @Turcoviejo.

6 Responses to “Control remoto”

  1. X

    Para los editores:

    No se lo tomen a mal, pero si en esta página van a andar de malotes burlándose de los escritores mediocres (como en «Vida de escritor», por ejemplo), y de las personas «que hablan mal de este blog» (me refiero a este post: http://blogindieo.com/2013/12/04/de-cuando-vickytips-habla-mal-de-este-blog/), deben aprender un par de cosas muy simples que todo escritor y editor deben saber: el uso del vocativo y el uso de las rayas de diálogo. Ni siquiera necesitan un manual de redación, pues eso se aprende leyendo. Se escribe:

    «—A ver, cabrón, demuestra tu teoría —me dice el Raúl».

    En vez de:

    «—A ver cabrón, demuestra tu teoría—, me dice el Raúl».

    Espero que esta observación no les parezca irrelevante. A mí me parece pertinente.

    Saludos.

    X

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  2. Isabel Gonzalez

    Me gustó la frescura del relato y la tensión narrativa, felicidades, lo de la puntuación es cosa fácil de corregir en cambio una buena historia es lo que hace falta para enganchar al lector!

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  3. Lucas Lucatero

    Me encantó el relato: sorpresivo, conciso, seductor, atrapante, incita a la lectura y al sexo. Los personajes cambian en su transcurso diegético. Ojalá me pudieran responder quién es el autor y cómo se llama la pintura que corona la narración (también fue un acierto más que le da la excelencia a la presentación del cuento). Saludos

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    • Turco Viejo

      Saludos, Lucas. No había venido por aquí en mucho tiempo, así que no había visto tu comentario.
      La pintura se llama Bad Boy y es del artista plástico Eric Fischl.
      Ojalá veas la respuesta.
      Saludos y gracias por tus comentarios al relato.

      É.

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